miércoles, 26 de noviembre de 2008

A Bunch of Rocks

Aquí un cómic genial de xkcd. Espero lo disfruten. Revisen la página, hay unos muy buenos.

Zone Alarm Pro gratis…

Gracias a Life Hacker pude hacerme el otro día con una licencia de 1 año para Zone Alarm Pro. Yo ya tengo Kaspersky, así que si algún suscriptor está interesado en ella puede enviarme un correo electrónico. Esta promoción sólo es válida para la primera persona que me envíe un correo con el tema “ZAP Gratis” ¡lol!

Para que vean que los quiero, escasos lectores.

lunes, 24 de noviembre de 2008

“The greatest happiness is…

…to vanquish your enemies, to chase them before you, to rob them of their wealth, to see those dear to them bathed in tears, to clasp to your bosom their wives and daughters"

Gengis Khan

 

Se dice que 1 de cada 200 hombres en el mundo es un descendiente de Gengis Khan. Se alega también que era un ser sanguinario y despiadado.

Es cierto que poseía un gran tesoro, fruto de sus conquistas interminables; era tan monstruoso, tan enorme, que requería una ciudad entera para custodiarlo.

No se engañen, el gran Khan nunca durmió bajo un techo sólido: acampaba en las afueras de la ciudad.

¿Cuál era el tesoro, la expresión de sus conquistas, y porqué precisaba reunirlo todo en una ciudad?: sabios, escultores, filósofos, matemáticos, historiadores, artistas…

Gengis_Khan

martes, 11 de noviembre de 2008

Warning!

Wealldiealone01

Directo de las oscuridades de la Encyclopedia Dramatica.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

La eterna fantasía del sujeto: parecerse a sí mismo

zizek borutpeterlin

Aquí va otro ensayo para la clase de cine. Las películas que tocaron esta vez no son muy de mi agrado (tampoco Virginia Woolf es muy de mi agrado…), pero aquí va. Disculpen las faltas de ortografía y redacción que puedan encontrar; no pude revisar mi trabajo. Helo aquí:

La señora Woolf, por obra de Michael Cunningham, se pregunta en la página 71 de Las horas: ¿Pero acaso se puede extraer de un solo día en la vida de una mujer lo suficiente para una novela?[1] Joyce ya ha demostrado con creces que es posible, Borges ha llevado la sentencia al límite. ¿No es la literatura la búsqueda de ese instante: el capaz de definir la vida entera de un personaje? Ese momento es el verdadero Aleph, un objeto temporal que contiene todas las coordenadas de lo real. Borges negaba que pudiéramos prescindir del tiempo al mismo tiempo que retaba al lector a imaginar un universo sin espacio:

Vuelvo a la consideración metafísica. El espacio es un incidente en el tiempo y no una forma universal de intuición, como impuso Kant. Hay enteras provincias del Ser que no lo requieren; las de la olfacción y audición. Spencer […] ha razonado bien esa independencia y la fortifica así […]: “Quien pensare que el olor y el sonido tienen por forma de intuición el espacio, fácilmente se convencerá de su error con sólo buscar el costado izquierdo o derecho de un sonido o con tratar de imaginarse un olor al revés”.[2]

¿No son Mrs. Dalloway y Las horas (tanto los libros como las adaptaciones cinematográficas) la búsqueda fallida del instante infinito que contiene, sin superposición de imágenes, sonidos o espacios, toda la vida de un personaje? La obra entera de Borges está dedicada a hallar ese momento escurridizo entre las Horas (casi siempre de la tarde). El epígrafe que utiliza Cunningham en su libro no es fortuito (si no recuerdo mal, fue removido de la película; tal vez Borges no pertenecía al mercado al que estaba dirigida…):

Un tercer tigre buscaremos. Este
será como los otros una forma
de mi sueño, un sistema de palabras
humanas y no el tigre vertebrado
que, más allá de las mitologías,
pisa la tierra. Bien lo sé, pero algo
me impone esta aventura indefinida,
insensata y antigua, y persevero
en buscar por el tiempo de la tarde
el otro tigre, el que no está en el verso.
[3]

Y si el exceso metaliterario me fuera permitido, me remitiría al epígrafe de ese poema, de Morris (según Borges del libro Sigurd the Volsung, 1876): And the craft that createth a semblance.[4] En creciente extensión la literatura ha tratado de desarrollar esa frase original: “y la hechura que creó una semblanza”; Borges, el tres de agosto 1959, ideó un poema llamado “El otro tigre”; Woolf, cerca de1925, escribió Mrs. Dalloway; Cunningham, en 1998, pensó en publicar The Hours.

El problema es más complejo de lo que parece. Borges advierte ya en su poema que el mero hecho de nombrar al tigre y conjeturar su circunstancia lo hace ficción del arte y no criatura viviente de las que andan por la tierra. Woolf seguramente pensó en algo similar: ¿cómo abarcar la vida de la señora Dalloway en un día de su vida sin hacer obvio el artificio? Por lo demás, esta operación es típicamente literaria: buscar no al tigre de carne o del verso, sino al que propone Borges en la última estrofa de su poema, el tercer tigre, la idea platónica como la interpretó Schopenhauer, el tigre que sea más real que los tigres reales.

¿Qué características de Mrs. Dalloway forman parte de ella y no de su identidad simbólica? ¿Por qué en The Hours Clarissa se pregunta varias veces si se parece a ella misma? Entre el sujeto y las características que lo representan hay una distancia. En otras palabras, cualquier coincidencia del sujeto consigo mismo es pura coincidencia: podemos nombrar al tigre aciaga joya sin que necesariamente esta sea una característica suya; tal vez incluso diremos que el tigre tiene rayas, pero jamás sabremos si el “sujeto” (desde una perspectiva schopenhaueriana no sería un sujeto, sino una representación) conocido como tigre tiene rayas. Zizek notó acertadamente[5] que la sentencia que podemos leer en casi todas las películas “Cualquier parecido con hechos o personas reales es pura coincidencia” tiene más significado que el que aparenta.

La literatura es el intento por salvar esta distancia: todo lo que le ocurrió a Clarissa Dalloway en ese día, sus maneras de reaccionar, sus recuerdos, la gente que vio, todo, absolutamente todo le perteneció por mera coincidencia, fueron atributos arbitrarios que intentaron librar dicho espacio entre el sujeto y su constitución simbólica. Los epítetos homéricos son la operación literaria por definición: Aquiles “el de los pies ligeros”, por ejemplo, muestra cómo un atributo deja de ser una mera especificación o determinación y se convierte en una caracterización, en algo más real que el sujeto real. El verdadero dilema de las señoras de The Hours es el mismo que el de Mrs. Dalloway: todas buscan parecerse a sí mismas.

La película de Marlene Gorris es una buena adaptación de Mrs. Dalloway: utiliza flashbacks con buenas transiciones entre el presente narrativo y el pasado: unas flores, un pensamiento, un objeto…; la de Stephen Daldry es una transcripción casi literal del libro de Cunningham, salvo un par de episodios añadidos, que, en mi opinión, le restan fuerza (como la escena del pájaro muerto en que Woolf le explica a su sobrina a dónde vamos después de morir). La similitud entre ambos filmes, en mi opinión, es que muestran la inmensa dificultad de encontrar un recurso cinematográfico que, lejos de la artificialidad de una voz en off, sea capaz de transmitir al observador los acontecimientos mentales de los personajes. Si bien los recuerdos facilitan el flashback en Mrs. Dalloway, podemos ver en The Hours cómo la utilización de ese recurso hubiera convertido a la película en un amasijo de temporalidades.

El homenaje de Cunningham, más allá de las obvias referencias, es romántico. A la manera de Conrad cuando describe la belleza de una mujer no por su físico, sino por el efecto que producía en los demás hombres (“Era un secreto placer y una secreta inquietud. Cuando la miraban, todos los hombres se quedaban melancólicamente pensativos, como asaltados por la idea de que habían malgastado su vida.”[6]), Cunningham busca reproducir en el lector la sensación que produce Mrs. Dalloway: toda nuestra vida buscamos parecernos a nosotros mismos, nuestras fantasías no responden a la pregunta “¿qué quiero?”, sino a “¿qué quieren los otros de mí?”.

Me parecieron un exceso los diálogos en la película The Hours en los que Richie reitera a Clarissa que lo deje ir, pues creo que tuercen el objetivo original de ese personaje. Richie y Septimus son muy parecidos: ambos sufrieron una crisis (la guerra uno, la enfermedad el otro), tienen una esencia poética, están al cuidado de una mujer y se suicidan. Ambos muestran lo banal y superficial de la vida de las dos Clarissas y son la alternativa posible de su destino (en The Hours, Woolf plantea varias veces que Clarissa Dalloway debe morir). ¿Por qué sólo los poetas deben morir? Debo recurrir a Borges una vez más:

Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos.
Me tienden la copa y yo debo ser la cicuta.
Me engañan y yo debo ser la mentira.
Me incendian y yo debo ser el infierno.
Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo.
Mi alimento es todas las cosas.
El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo.
Debo justificar lo que me hiere.
No importa mi ventura o mi desventura.
Soy el poeta.[7]

Sólo Richard o Septimus cargaban con el pesar de la manera en que lo hacen los poetas. El dilema de Richard es tener que sobrevivir su enfermedad: “¿qué quieren los otros de mí?” era la pregunta que lo mantenía con vida. Hacerlo tan explícito en la película le resta un poco de carácter literario al personaje, creo yo. El arte siempre juega con el vacío, con lo que falta: sería ridículo tratar de imaginar en qué pensaba Richard cuando su cabeza tocó el pavimento o qué vio después de eso; por eso Clarissa se detiene en ese momento, cualquier exceso en ese sentido y la obra se convierte en algo “de mal gusto”, por ejemplo, ¿qué hubiera pensado el lector si Clarissa hubiera dicho: “seguramente al morir vio un rayo de luz blanca y a varios ángeles que lo condujeron…” La película debió omitir “creo que sólo me mantengo vivo por ti, Clarissa; para ir a esa fiesta”. Es un vacío que en la novela se mantuvo como debería.

Queda claro que el personaje de Woolf (tanto en el libro como en la película) sufre el mismo destino que Richard y Septimus: un poeta que se suicida cuando súbitamente descubre que el hilo que había mantenido su vida era la pregunta “¿qué quieren los otros de mí?” y no “¿qué quiero?”. Laura Brown está cerca de hacer lo mismo y en la película de nuevo pecan cometiendo el error de llenar el vacío cuando la hacen decir: “era abandonar a mi familia o morir”. La diferencia entre los poetas y los demás es que los últimos deben justificar lo que los hiere, ser su propia cicuta; el resto tiene la opción de alejarse o de contentarse con vivir para responder a una pregunta ajena.

Hacia la conclusión quiero retomar el comienzo de este ensayo: un instante temporal que contiene la vida de un personaje. ¿No es ese instante preciso, infinito, el momento en el que el sujeto descubre que hay una distancia entre él y su representación simbólica? Es cuando Richie descubrió que vivía para la señora D., cuando Laura Brown descubrió su parecido consigo misma antes de irse a la cama, cuando Mrs. Dalloway vio en Septimus la poesía que la redimía de su propio sacrificio. Cada personaje supo que siempre había respondido a la pregunta “qué quieren los otros de mí”, este descubrimiento sólo puede acontecer en el espacio mental (que es temporal por definición). ¿La salida? Sólo hay dos: la poesía o el suicidio. Podemos decir que una película, una novela, incluso un cuento, son aproximaciones, intentos por enfocar sólo una línea o dos, una palabra que contenga ese instante infinito que llamamos poesía.


[1] Michael Cunningham, Las horas, traducción de Margarita Valencia Vargas, 1ª ed. 1998, 1ª ed. en Verticales: 2008, Editorial Norma. Pág. 71.

[2] Jorge Luis Borges, Obras completas 1, 1ª ed., Buenos Aires: Emecé, 2005. Pág. 213.

[3] Jorge Luis Borges, Obras completas 2, 1ª ed., Buenos Aires: Emecé, 2005. Pág. 216.

[4] Ibídem. Pág. 215.

[5] Slavoj Zizek, El acoso de las fantasías, 3ª ed., México: Siglo xxi editores, 2007. Pág. 16.

[6] Joseph Conrad, El alma del guerrero y otros cuentos de oídas, traducción de Enrique Murillo, 1ª ed., Madrid: Alianza, 2008. Pág. 18.

[7] Jorge Luis Borges, Obras completas 3, 1ª ed., Buenos Aires: Emecé, 2005. Pág. 357.