El mundo, no sólo el álgebra, es un preciso palacio de cristales. Construimos el mundo con imágenes; si despojamos a la realidad de sus símbolos no queda nada. Todo poder es simbólico: la autoridad ejercida al límite se convierte en impotencia. Un capataz con verdadero mando sólo tiene que hacer un gesto para que sus subordinados obedezcan: si descarga el látigo sabemos que es débil. Aquel que conoce la verdad sobre el mundo puede ser su destructor, un devorador de representaciones.
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